Si nos remontamos a los siglos XIV y XV, antes de la llegada de la caña de azúcar a Europa, el azúcar que hoy en día consumimos no existía como tal, se utilizaban como endulzantes productos completamente naturales como la miel, y el hombre satisfacía su necesidad de sabor dulce a través del consumo de frutas frescas y secas. Pero con la llegada del azúcar refinado, se consiguió desplazar por completo su uso como tal, trayendo consigo una serie de efectos perjudiciales para nuestra salud.
Hoy en día, el azúcar que encontramos en los supermercados o en la mayoría de las casas es un producto obtenido a partir del jugo de la remolacha, o bien de la caña de azúcar. Industrialmente, a través de varios procesos físico-químicos de extracción y refinado se obtiene un hidrato de carbono simple llamado sacarosa, o más comúnmente azúcar blanquilla.
Al tratarse de un producto que ha sufrido procesos industriales de transformación, no es posible considerarlo un alimento en si, ya que todas las propiedades nutritivas que tenía en su estado natural han sido extraídas (fibra, vitaminas, enzimas, sales minerales), dando como resultado, un producto de alto valor calórico pero vacío de nutrientes.
Es por esto, que el azúcar blanco afecta a nuestra salud negativamente, creando una especie de adicción similar a la del café, nicotina o alcohol, acompañada de efectos dañinos en nuestro organismo. Al ser ingerida, nuestro organismo debe sustraer calcio, vitaminas del grupo B (especialmente B1), aminoácidos (triptofano y metionina), vitamina PP y minerales para completar su asimilación.
También se relaciona con enfermedades cardiovasculares y obesidad, ya que su consumo excesivo provoca la acumulación y el exceso de grasa, ocasionando el bloqueo de arterias y capilares y como consecuencia, riesgos de padecer infartos cardiacos y cerebrales.
A su vez, puede ser causa de caries dentales, acidificación de la sangre, descalcificación, arteriosclerosis, diabetes, acné, úlcera de estómago, colesterol, tensión nerviosa, problemas de circulación, sobreexcitación del páncreas, etc.
A pesar de todo esto, el azúcar refinado es un ingrediente que encontramos en un importante número de alimentos, y aunque no lo parezca, si nos detenemos a mirar las etiquetas de los productos que compramos, es sorprendente ver que el azúcar se encuentra en la mayoría de ellos, independientemente de tratarse de un alimento dulce o salado; por ejemplo en el pan de molde, tomate frito, embutidos, conservas, aderezos e incluso productos que dicen ser “dietéticos o naturales”. Es por este motivo que debemos tomarnos el tiempo de leer los ingredientes de los productos que compramos y evitar comprar aquellos que contienen sacarosa o azúcar blanquilla innecesariamente.
Si bien el aporte de calorías es similar, como alternativa al azúcar refinado, las principales fuentes naturales de azúcares son la miel y las frutas, que a diferencia de los artificiales, aportan al organismo nutrientes y minerales beneficiosos. En cuanto a las frutas, es mejor si las consumimos frescas, pues además de la fructosa y minerales, aportan enzimas y vitaminas. A diferencia de estas, las frutas secas (pasa de uva, dátil, higo, ciruela, etc.), tienen un contenido en azúcares mayor debido a que la evaporación del agua permite mayores concentraciones de azúcares y por tanto intensos sabores dulces naturales.