Hoy día el estrés es un padecimiento que se ha extendido por una amplia capa social, afectando a muchos, cada vez más, con sus múltiples signos: ansiedad, palpitaciones, cansancio extremo, sudoración incesante, confusión mental y otros muchos que manifiestan un estado de cuasi-colapso de todo nuestro cuerpo. 

Son muchas las causas que lo producen, pero no vamos a entrar ahora en ello, sino en uno de los efectos que no es tenido en cuenta en la mayoría de las ocasiones: el incremento que produce en nuestro peso.  

No nos bastaría hacer algún tipo de dieta, necesitamos aprender a reducir el estrés, sólo así lograríamos el objetivo de perder esos kilos que hemos ido ganando con los meses de agobios continuados.

Aunque nos parezca increíble, son los propios mecanismos de defensa del cuerpo ante situaciones de peligros los que propician el aumento de nuestro peso. 

El estrés es la manifestación sensorial que percibimos cuando el cuerpo se siente en peligro, y se debe fundamentalmente a la liberación de cortisol, una hormona que si bien el cuerpo produce para afrontar esas situaciones, tiene una serie de efectos secundarios: a dosis elevadas (estrés crónico) y puede ralentizar nuestro metabolismo.

Si los niveles persisten elevados, finalmente puede afectar a nuestro sistema inmune impidiendo que funcione correctamente.

Ocasionando no sólo mayor susceptibilidad a enfermedades, sino por ejemplo, trastornos de sueño, que ocasionan a su vez, mayor estrés.

Hay una relación prácticamente directa entre el estrés y la tensión emocional. Y esto, como muchos sabemos, nos lleva a buscar un tipo de alimentación que casi invariablemente nos hace sentir mucho mejor. 

¿Quién no recuerda la piruleta o el caramelo que nos daba el médico después de ponernos alguna vacuna?. 

Así que las emociones intensas o de peligro, y las comidas dulces o con alto contenido en sal, están asociados a una forma de afrontar esas tensiones. 

Esta sucesión de momentos difíciles conllevan a menudo un paulatino acúmulo de grasa en nuestro cuerpo. 

Y no nos damos cuenta de ello, ya que cuando comemos algo dulce, la elevación temporal del azúcar en sangre simplemente nos hace sentir mejor, así que, debido a este “comer emocional” vamos acumulando cada vez más kilos.

Elegir mejor nuestros alimentos:

Cuando estemos bajo presión, procuremos por todos los medios alejarnos de los alimentos procesados. 

Sólo así conseguiremos mantener bajo control la tendencia a subir de peso asociada al estrés. 

Coma sobre todo frutas, verduras, carnes magras, granos enteros, y es básico que beba mucha agua: esto ayudará a incrementar el metabolismo que el cortisol tiende a reducir.

Ejercicio ansiolítico natural:

Se ha demostrado que una rutina diaria de 30 minutos de ejercicio, ayuda a reducir el nivel de ansiedad y depresión. 

Y tiene el benéfico efecto directo de quemar esas calorías que inadvertidamente hayamos ido acumulando debido a nuestra tensión psíquica y emocional. 

Por ello es básico realizarlo si queremos recuperar nuestra calma y nuestro peso.

Yoga y meditación:

Hay también otras alternativas que podemos usar, dentro de los ámbitos de las terapias naturales, para combatir el estrés y el aumento de peso que provoca. 

Algunas pasan por el yoga o bien por sesiones de meditación. 

Pero en definitiva todas se basan en tratar de encontrar qué es lo que ocasiona el estrés, la ansiedad y combatirlo desde una perspectiva emocional, recuperando el equilibrio que la ansiedad nos quita. 

Así nos armamos para luchar contra los efectos negativos del estrés.