Hortaliza utilizada especialmente en las cocinas mediterránea y atlántica, el ajo proviene de la familia de las cebollas, aunque su sabor es todavía más fuerte y suele usarse en pocas cantidades.
Consumido desde tiempos ancestrales, sus usos han variado a lo largo de la historia: si en Egipto era usado creyendo que dotaba de una energía especial, en Grecia y Roma, además, se le atribuía la capacidad de aumentar la lívido sexual; mientras que en la Edad Media comenzaron a fijarse ya en sus fines terapéuticos, una práctica que sigue vigente hoy día.
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- Carbohidratos: se trata del principal aporte del ajo que, sin embargo, presenta un nivel bajo de grasas.
- Vitaminas B3, B5, B6 y C: componentes esenciales como estos nos ayudan a mejorar nuestro sistema inmunitario, que a la vez nos protegerá de virus e infecciones.
- Calcio: al igual que la leche, el ajo es una fuente natural de calcio especialmente recomendada para aquellos que sufren problemas de huesos.
- Hierro, magnesio, fósforo, sodio y zinc.
- A pesar de que son muchas las propiedades que, históricamente, se le han atribuido al ajo, vamos a quedarnos ahora con algunas de las más destacadas.
- Se usa para contrarrestar dolencias como las cardiopatías.
- Al ser un alimento rico en yodo, es especialmente recomendable para aquellos que sufran problemas de tiroides.
- Se trata de un potente antioxidante.
- Se usa también contra afecciones respiratorias, siendo reconocido su uso como potente expectorante.
- Además de ser un alimento altamente depurativo, también nos sirve para aumentar nuestras defensas.
- Se le ha atribuido el título de ser el antibiótico natural más potente que existe, especialmente destacado para tratar las infecciones.