Como es obvio, un niño no tiene las mismas necesidades nutricionales a los tres años que a los 12. Las características fisiológicas, unidas a la actividad diaria y la consiguiente quema de calorías, hacen que nuestra dieta deba adaptarse a cada momento y cada situación.
Así, y de la misma forma en que ocurre con los más pequeños, los ancianos también deben aprender a llevar una alimentación adecuada a sus circunstancias. A pesar de que, en principio, las necesidades de un adulto y un anciano no difieren en demasía, sí es importante prestar atención a algunos detalles concretos.
- Un buen consejo es adaptar las comidas a un plan específico centrado en combatir los males concretos como los problemas renales o estomacales. Sin embargo, debemos preocuparnos también por no excluir nutrientes necesarios y descuidar la ingesta de determinados alimentos.
- Es recomendable, en este momento, ingerir de tres a cinco raciones de verduras y hortalizas. A ser posible, en crudo, pues de esta forma conservan todas sus vitaminas y propiedades.
- Teniendo en cuenta que la intensidad de la actividad física disminuye, así debe hacerlo la aportación calórica. De esta manera, es importante abandonar aquellos alimentos con alto contenido en azúcares y grasas, híper calóricos.
- Uno de los aspectos más importantes a estas edades es la hidratación: es importante ingerir unos dos litros de agua diarios.
- Controlar el colesterol es otro de los aspectos más importantes en estos momentos: grasas vegetales y animales deben ser controladas, y debe aumentarse el consumo de las proteínas que se encuentran en los productos lácteos, los pescados y el huevo.
- En cuanto a aquellos que padezcan de hipertensión, un mal muy común entre los ancianos, deberemos prestar especial atención a la sal y las bebidas alcohólicas y excitantes, que deberán ser reducidas al mínimo.